Hoy voy a procurar hablar exclusivamente desde el amor. Y ello no contradice en nada el espíritu de indignación, de reclamo y de memoria con que lo hago. Mario Benedetti culmina un poema conmovedor -"Desaparecidos"-, con estos versos: "...es posible que hayan extraviado / la brújula / y hoy vaguen preguntando / preguntando / dónde carajo queda el buen amor / porque vienen del odio".
Por eso voy a hablar desde el amor. Para exorcizar esa pérfida y planificada embestida del odio que una vez los borró de la tierra.
En algún artículo anterior, dije que el número -más allá de la absolutez de cada vida-, también importa; ¡y vaya si importa! Saber que sigue habiendo casi trescientos desaparecidos por parte del Estado en el Uruguay, abruma. Como abruma el silencio de cada 20 de mayo desde que empezamos a marchar. Pero debemos trascender la abstracción del número, porque también importan, y de manera preponderante, los rostros: cada rostro. Émmanuel Lévinas, el gran filósofo judío nacido en Lituania, que estuvo prisionero de los nazis desde 1940 a 1945, y sufrió el exterminio de casi toda su familia, parte en su filosofar de la idea de que la experiencia objetiva fundamental del espíritu "es la experiencia del prójimo", experiencia por excelencia. Y todo el desarrollo de su pensamiento se centra en la idea del rostro: la presencia del Otro hombre en el seno de una subjetividad ética.
Por eso las movilizaciones para reclamar la verdad sobre el destino de los desaparecidos, tienen como centro la exhibición de sus rostros. Cada familiar o amigo o descendiente lleva la foto de un rostro. Hace unos meses se realizó en Mercedes y en varias ciudades del país, una exposición de fotos de cientos de compatriotas, cada uno con la foto del rostro de un desaparecido, lo que posee por sí mismo un valor absoluto. Y en estas líneas, yo quiero evocar el rostro de una madre, a quien conozco hace décadas, que aún vive y ahora tiene 87 años, y como lo hicieron Luisa, Amalia González, y tantas madres que murieron sin saber, sigue buscando a su hijo desaparecido ¡hace más de cuarenta años! : me refiero a Alba González. Y lo hace, sin odio -no como alguien alguna vez sibilinamente pretendió atribuirle a las madres-; sino con una bondad que ella transparenta y es su único estandarte por la vida. Fui vecino suyo de edificio durante veinte años, y la sigo tratando hasta el día de hoy. Y se me fue revelando como un ser extraordinario, de una sensibilidad exquisita. Eximia pianista, recuerdo oírla tocar en su apartamento diariamente y cantar, con una bellísima voz creo que de soprano. En el transcurso de mucho tiempo, yo ignoraba su tragedia. Vivía y sigue viviendo sola, porque tiene otros hijos afuera del Uruguay. Nos cuesta a veces imaginar la imagen de los desaparecidos, porque para nosotros ha seguido transcurriendo el tiempo; y el hijo de Alba ¡tenía aproximadamente veinte años cuando lo secuestraron y lo desaparecieron para siempre! Alba es también de un cristianismo esencial: me consta a mí que comparto su fe. Y sigue luchando codo a codo con las otras madres por memoria y verdad: desde el amor, no desde el odio. Hoy elijo ese rostro -la irradiación de ese rostro transido de amor y de reclamo-, de dignidad y de un dolor transfigurado.
En el rostro humano trasciende lo infinito, dirá Lévinas. Y en Alba esto se cumple de modo consumado. Por eso la he querido evocar; y simbolizar en ella a todas las madres que siguen preguntando por el destino de sus hijos.
El compromiso de la memoria
Y un concepto más del filósofo lituano, en este caso sobre el valor de la memoria: la virtud de la memoria -sostiene Lévinas-, es la de reconocer a los vencidos sus derechos pendientes. "Toda experiencia histórica del horror (...) no ha sido otra cosa que el ensañamiento programado y pensado contra la presencia de la otredad concreta y diferente. (...) Todo ello es en verdad el auténtico horror: el exterminio sin memoria del otro".
Por eso también, esa experiencia del otro y su proximidad -en medio de esta tragedia y de la lucha que protagonizamos-, se plasma de manera radical y consumada, en el lema que sabiamente ha sido elegido para reivindicar la memoria: "Todos somos familiares".
Sueño con que Alba encuentre los restos de su hijo; y lo sueño igualmente para todas las madres y familiares de los que siguen desaparecidos. Ese es el objetivo perenne del reclamo de memoria, verdad y justicia.Y este nuevo 20 de mayo, especialmente lo reafirmamos.
Este objetivo, de una ética imperiosa y absoluta, tendría que encontrarnos unidos a todos por encima de divisas partidarias. Porque todos los uruguayos indiscriminadamente fuimos destinatarios durante años de aquella dinámica implementada por el Estado, de persecución y de muerte. Y después, del silencio, la mentira y el encubrimiento.
Ojalá que cada vez más ciudadanos se sientan concernidos y tocados por el horror de aquel pasado -que sigue siendo actual mientras no sepamos nada de los desaparecidos-, y por el imperativo de los rostros del martirio.